sábado, 28 de mayo de 2011

LECCION DE APRENDIZAJE


Esta carta, escrita por el inmigrante vietnamita Thanh Minh, que trabajó en Fukushima como policía, a un amigo en Vietnam, fue publicada en "New America Media" el 19 de marzo. Es un testimonio de la fuerza del espíritu japonés y un relato interesante de la vida cerca del epicentro de la crisis, en la central nuclear de Fukushima en Japón. Fue traducida por el editor Andrew Lam y condensada en "Shanghai Daily".


Hermano,

¿Cómo estáis tú y tu familia? Estos últimos días todo era un caos. Cuando cierro los ojos, veo los cadáveres. Cuando abro los ojos, también veo los cadáveres.
Cada uno de nosotros debe trabajar 20 horas al día; sin embargo, me gustaría que hubiera días de 48 horas, para que pudiéramos seguir ayudando a rescatar gente.
Estamos sin agua ni electricidad y las raciones de alimentos se encuentran cerca de cero. Apenas se consigue trasladar a los refugiados antes de que haya nuevas órdenes para trasladarlos a otro lugar.
Actualmente me encuentro en Fukushima, a unos 25 kilómetros de la planta de energía nuclear. Tengo tanto por decirte que, si pudiera escribirlo todo, seguramente esta carta se convertiría en una novela acerca de las relaciones y comportamientos humanos en tiempos de crisis.
Aquí la gente mantiene la calma -su sentido de la dignidad y el comportamiento adecuado es muy grande- así que las cosas no resultan tan malas como podrían serlo. Pero en una semana más, no puedo garantizar que las cosas lleguen a un punto en que ya no se pueda proporcionar la debida protección y el orden. Son seres humanos después de todo y cuando el hambre y la sed reemplacen la dignidad, van a hacer lo que tienen que hacer. El gobierno está tratando de proveer suministros por vía aérea, con alimentos y medicinas, pero es como dejar caer un poco de sal en el océano.
Hermano, hubo un incidente realmente conmovedor. Se trata de un niño japonés que enseñó a un adulto como yo una lección sobre cómo comportarse.
Ayer por la noche, me enviaron a una escuela de gramática para ayudar a una organización de caridad a distribuir alimentos a los refugiados. Había una larga fila que serpenteaba de un lado a otro y me fijé en un niño de alrededor de 9 años de edad. Llevaba una camiseta y un par de pantalones cortos. Estaba haciendo mucho frío y el niño se encontraba en el final de la cola. Me preocupaba que en el momento en que le llegase el turno ya no habría ningún alimento. Así que me puse a hablar con él. Dijo que estaba en la escuela cuando ocurrió el terremoto. Su padre trabajaba cerca y se dirigía a la escuela a buscarlo. Él estaba en el balcón del tercer piso cuando vio el coche de su padre barrido por el tsunami.
Le pregunté acerca de su madre. Dijo que su casa está junto a la playa, que su madre y su hermana pequeña probablemente no se habrían salvado. Volvió la cabeza y se secó las lágrimas. Estaba temblando, por lo que me quité la chaqueta de policía y se la puse. Ahí fue cuando mi bolsa de ración de alimentos se cayó. La recogí y se la di. "Cuando llegue tu turno, podrías quedarte sin alimentos. Así que aquí está mi parte. Yo ya comí. ¿Por qué no te la comes?"
El muchacho tomó mi comida, se inclinó. Pensé que se la comería de inmediato, pero no lo hizo. Tomó la bolsa, se acercó al principio de la cola y la puso con toda la comida que estaba esperando para ser distribuida.
Me sorprendió. Le pregunté por qué no se la comía, en vez de añadirla a la pila de los alimentos. Él respondió: "Porque veo a gente con mucha más hambre que yo. Si la pongo allí, se van a distribuir los alimentos por igual."

Cuando escuché eso, me di vuelta para que la gente no me viese llorar.
Una sociedad que sabe educar así a un niño de 9 años de edad, que entiende el concepto de sacrificio por el bien común, es una gran sociedad, un gran pueblo.

Bueno, en estas pocas líneas os envío a tí y a tu familia mis mejores deseos. La hora de mi turno ha llegado nuevamente.
Ha Thanh Minh

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